31 marzo, 2020

Lo esencial es invisible para los ojos, así que te presto los míos un rato


Me diste la mano y me enseñaste todas tus grietas y tus ruinas, me abriste la puerta, y yo entré paso a paso.

Me hablaste de cada una de ellas y de lo que te había costado arreglar y tapar cada una. Como si hubiera algo que ocultar, pero allí donde tú no pudiste, yo vi flores crecer de entre los huecos.

Mientras te vi reír, y llorar, me senté contigo en tu jardín.  Y quise volver cada día y regar las flores que crecían, para que construyas un bosque y no un jardín en ruinas. Y quise besar cada una de tus heridas, y recorrer cada una de tus cicatrices.

Y te vi luchar, y te vi caer, pero también te vi levantarte una vez más, y cuando tú no recuerdes todo el camino que has recorrido, cuando pienses que no ha valido la pena, cuando pienses que no vales, que no tienes nada más, pienso repetírtelo hasta que te lo creas. Una, y otra vez.

Pienso buscar mil palabras que te lo hagan entender.

Que eres de esas personas que antes de dar los buenos días ya has hecho que lo sean.
Que eres una luchadora, cabezota, que pelea por lo que se propone.
Que eres especial, y no creértelo te hace más especial aún.
Qué peleas por los tuyos.
Qué eres leal, y siempre estas ahí. Pase lo que pase, como el faro en medio de la tempestad.
Que cuando pienses que eres todo caos, no olvides que prefiero tus tormentas a cualquier cielo despejado.
Que hay tanto bueno dentro de ti que me sorprende que no te deslumbres con tu luz.


En Japón tienen una palabra para la belleza de la imperfección “Wabi-sabi”, y cuando algo se rompe no lo tiran, le hacen un “Kintsugi”, lo reparan con oro.


Y tú creyéndote rota, y yo viéndote brillar, como el oro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario